Para cientos de millones nuestra casa se ha convertido en un lugar de reclusión. Nos han puesto en cuarentena por semanas o meses. Incluso para los más caseros, los antisociales o los que viven en el mundo virtual, este encierro forzoso es demasiado. Cómo asumirlo depende de la situación de cada uno. Soy un afortunado al respecto: los míos están bien y mi empleo no peligra. Trabajo en alimentación, un ramo vital. Por eso puedo darme el lujo de aprovechar el internamiento que nos han impuesto para un retiro meditativo.
Hace unos meses estuve en el ashram Sivananda Dhanwantari en el sur de la India. Durante cinco días practiqué yoga, canté mantras, medité. Me pareció suficiente, el mundo exterior me llamaba de vuelta. Hoy día tengo muy buenas razones para no salir y tiempo de sobra.
Propongo introducir en nuestra rutina de confinamiento una práctica diaria de meditación. Me refiero a mindfulness, atención plena. Se trata de encontrar un rincón tranquilo, sentarse en una posición cómoda, cerrar los ojos y observar la respiración sin tratar de controlarla. No es fácil y requiere cierta práctica. Como nuestra consciencia trabaja sin cesar surgen pensamientos, experimentamos sentimientos y sensaciones. Solo debemos prestar atención pero no detenernos en ellos ni analizarlos.
Es un laboratorio casero adónde traemos, por tiempo limitado, nuestras problemas y preocupaciones sin necesidad de resolverlos. Bastan para empezar veinte minutos dos veces por dïa. Si tienen un patio, una azota, un jardín o un balcón espacioso pueden alternar una práctica sentada con una en movimiento caminando a paso normal y observando la respiración.
No es una práctica de relajación, hay otras técnicas para tranquilizarnos. Pero puede servirnos a largo plazo para serenar el espíritu.
Como postulaba el filósofo Georges Gusdorf acerca del retiro: no es una ausencia, sino más bien la búsqueda de una presencia verdadera.